La nieve cae ahora con mayor intensidad,
la manga blanca de tu abrigo se vuelve blanca,
la manga de mi abrigo se vuelve blanca.
Están entre nosotras como puentes nevados.
Pero los puentes nevados están helados.
Aquí dentro hay vida y calor.
Debajo de la nieve tu brazo cálido
es un dulce peso sobre el mío.
Nieva sin cesar
sobre puentes silenciosos.
Puentes que nadie conoce.
Philippe Grandieux empieza a rodar Un lac tras leer a Tarjei Vesaas, un autor noruego, atrapado por sus historias del norte, sus paisajes, las sensaciones, la luz. Una historia simple: una familia y un extraño que llega. Lo que cuenta es el gesto, el sonido, la reconstitución de un espacio primitivo, primordial, esencial. Película que viene a cerrar la tenebrosa trilogía sobre la violencia del deseo iniciada en 1999 con Sombre y prolongada en 2002 por La vie nouvelle.
Philippe Grandieux hace sentir las tensiones, las energías, las intensidades, lo que circula por el interior de sus personajes. Y está el lago, más que una imagen, una sensación, que contiene el frío, la nieve, el aire, el viento. La escena inicial, con el protagonista derribando un árbol con un hacha, de una brutalidad magnética, resume la radicalidad del cine de Grandieux, un cine que roza lo experimental, con un uso de la luz audaz y cuya austeridad fascina.
Todo transcurre alrededor de este lago, lugar psíquico, decorado de gran belleza que no esta filmado como un decorado. Circunscrita a este cuadro único y primitivo, que parece venido del fondo de los tiempos, un país de nieve y de bosques, una casa como un monolito plantado al borde de un lago, la cámara registra, con calma, de forma casi rudimentaria, casi muda, el flujo continuo que abraza los cuerpos y el entorno.
Claro ejemplo de cómo una película no es sólo un guión filmado, de que no hay separación entre la escritura y el rodaje. La película se parece al guión, pero de forma intuitiva, no en el sentido de una ejecución.
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