"El Infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Italo Calvino. Las ciudades invisibles.

sábado, 12 de junio de 2010

ELEGÍA DE UN VIAJE






“En un principio había un árbol, un árbol en otoño…

Había perdido sus hojas,

pero aún tenía fruta para que comieran los pájaros”


Poema nocturno y onírico, viaje en primera persona, en el tiempo y en el espacio, que se inicia en un pequeño pueblo ruso y termina en el museo Boijmans de Rotterdam, patrocinador de la película, tras atravesar tempestades, mares ennegrecidos, rostros, bosques, carreteras iluminadas por los faros de los vehículos. Todas imágenes flotantes y suntuosamente encadenadas (montaje fluido y poético a lo Tarkovski, del que Sokurov siempre ha sido considerado heredero espiritual), siempre en movimiento pero con una calma propia de otra época, llevadas hasta el límite de la opacidad y que le permiten abordar, con exigencia y despojamiento extremo, asuntos próximos a lo indecible.

Una voz en off hipnotizante, la voz solitaria de un hombre que recuerda a la de El arca rusa, sobrevuela estas imágenes nostálgicas e irreales (esto sí una gran diferencia entre las dos películas), proporcionando un tono melancólico a sus recuerdos personales. Una relación religiosa con las imágenes, de gran poder evocador, que sin caer en el manierismo logra efectos ondulantes acordes con el clima onírico e irreal del relato.

La película se inicia con un árbol que ha perdido todas sus hojas pero que mantiene sus frutos. En los últimos minutos, ya dentro del museo, en un cuadro, filmado como los paisajes naturales que se han visto antes, bajo la luna, vemos un árbol en flor bajo la nieve. Sokurov protege las flores con sus manos en un intento de preservar la memoria colectiva, pasada y futura. Sólo el arte aporta el testimonio de lo que ha sido irremediablemente enterrado.


“A lo largo del trayecto en coche que nos lleva desde Rusia hasta el extremo de la Europa occidental, en todas las gentes que me encuentro, busco algo en sus ojos que me revele la alegría, la felicidad y el consuelo. Pero sólo lo pude encontrar en dos antiguos cuadros…”

Alexandre Sokurov

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