"El Infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio".

Italo Calvino. Las ciudades invisibles.

lunes, 22 de marzo de 2010

FINIS TERRAE


A pocos años de la llegada del cine sonoro, Epstein se lanza a dirigir un film minimalista, casi documental, lo que le da su fuerza, sobre la vida de los recolectores de algas y el mundo hostil en que sobreviven. Realizada un año después de La chute de la maison Usher, obra faro de la vanguardia de los años 20, está cargada del mismo aliento poético y rodada con la misma rigurosidad en sus encuadres.

Si la película basada en el relato de Poe muestra la cara moderna del director, aquí encontramos su cara arcaica: el tiempo suspendido, el espacio que otorga a las rocas una mineralizad original, la relación inevitablemente dolorosa con el mar. Epstein fue a la vez un realizador de vanguardia, un poeta y teórico del cine.

La película forma parte de una trilogía junto a las rodadas posteriormente Mor Vran (1931) y L’Ors der mers (1932) dedicadas a esta zona costera francesa por la que sentía una especial predilección.

Puede ser considerada como una precursora del neorrealismo, por su rechazo, audaz para su época, de toda carga melodramática, su rodaje en decorados naturales y su utilización de actores no profesionales. También nos puede recordar a Flaherty por su tratamiento austero impregnado de un lirismo a veces conmovedor, aunque falto de la importancia etnológica con la que éste cargaba sus films.

Jean Epstein intenta eliminar de la película todo rastro de drama, todos los artificios de la narratividad, buscando únicamente la expresividad de la imagen, considerada como un ente autónomo, confiando en el ritmo puro, en el montaje, en el impacto de los rostros y del paisaje, perfecto para las intenciones artísticas del director francés. La tierra bretona le facilita esta materia prima, la quintaesencia de esta obsesión visual. Algo de esteticismo buscado, pero poesía bruta, anclada en lo real.

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